LECTURAS NECESARIAS



ERNESTINA DE CHAMPOURCÍN, POETA DE LA GENERACIÓN DEL 27
                        SU POEMARIO LA VOZ EN EL VIENTO DA TÍTULO A ESTE BLOG


"Tú me quieres así:
despojada de todo, sin lo mío y sin ti..."
"Bailarina"
Román Sastre


Ernestina de Champourcin
Rosa Fernández Urtasun es profesora de literatura de los siglos XIX y XX en la Universidad de Navarra, y una de las máximas estudiosas de la obra de Ernestina de Champourcin. Coincidiendo con los últimos días de la exposición que ha comisariado sobre su vida y su obra poética en el Centro cultural Conde Duque, hemos querido pedirle el retrato de la poeta, una de las dos mujeres seleccionadas en la segunda edición de Poesía española contemporánea, la antología de Gerardo Diego que agrupó a los poetas de la denominada posteriormente Generación del 27. En este documento se explican, a modo de preguntas y respuestas, los aspectos más sobresalientes de la poesía de Ernestina de Champourcin.
Ernestina de Champourcín y Juan Ramón
Aunque Ernestina de Champourcin consiguió muy pronto una voz propia de gran fuerza, su poesía no se puede entender sin la profunda admiración que siempre profesó por la obra de Juan Ramón Jiménez, a quien nunca dejó de considerar su maestro. Juan Ramón abrió el camino de la poesía pura a la poesía en lengua española con unos versos, como los definía Ernestina, “sin tiempo ni espacio; en Dios”. La joven que en 1926 publicó En silencio…  le envió a Juan Ramón un ejemplar con la esperanza de que “el Poeta”, como lo llamaba con frecuencia, juzgara sus escritos. No recibió contestación, pero unos meses más tarde, en La Granja, coincidió con Juan Ramón y su mujer. Al hacer las presentaciones de rigor, Juan Ramón le dijo que había leído y apreciado su poemario, y le invitó a visitarle cuando quisiera en su casa de Madrid. A partir de ese momento se convirtió en su mentor, y al igual que les sucedió a sus compañeros de generación, Ernestina tuvo el privilegio de que Juan Ramón le orientara en su escritura y en sus lecturas. De ahí nació una amistad que conservó a lo largo de su vida: también en el exilio Ernestina pudo coincidir en distintas ocasiones con él gracias a los diversos viajes que tuvo que hacer a Estados Unidos con motivo de su trabajo como traductora de congresos. Como homenaje a su persona quiso escribir, hacia el final de su vida, un libro de memorias titulado La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), en el que comenta diversos recuerdos y reflexiones tanto de la vida personal como de la escritura del gran poeta de Moguer.
La Generación del 27 y la mujer. El canon 
Puede considerarse que Ernestina de Champourcin fue la única mujer que realmente estuvo, durante estos años, en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy llamados del 27.
La historia de la literatura se está rehaciendo continuamente; la historia de la Generación del 27 se está reescribiendo no sólo porque conocemos cada día más y mejor los pormenores de la vida literaria de los años 20 y 30, sino también porque vamos teniendo la distancia necesaria para juzgar los criterios con los cuales se escribió la historia de la literatura del siglo pasado. En los años 20 la escritura femenina, en general, se consideraba un simple juego, un elemento de decoración más en la vida de algunas mujeres.  Así lo refleja la crítica, que juzgaba estas obras con criterios diferentes que la de los hombres. No era fácil que un poeta de cierto prestigio leyera versos escritos por mujeres, y resulta sorprendente la apertura que en este sentido siempre tuvo Juan Ramón. Gracias a su apoyo, Ernestina pudo integrarse  en parte de la vida cultural que compartían sus compañeros de generación: asistía a sus conferencias y recitales, leía sus revistas y frecuentaba su trato en la medida en que esto le estaba permitido a una mujer entonces (por ejemplo, no podía participar en sus tertulias, ni acudir a los cafés donde se reunían). Pronto empezó también a ejercer una labor crítica en publicaciones literarias y periódicos con la que llegó a adquirir un gran prestigio. Si tenemos en cuenta lo olvidada que ha sido Ernestina en los últimos años, resulta muy sorprendente ver cómo Alberti, Aleixandre o Guillén le mandaban sus poemarios, dedicados, para que los reseñara. Por todo esto, y por la calidad y continuidad de su obra, puede considerarse que Ernestina de Champourcin fue la única mujer que realmente estuvo, durante estos años, en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy llamados de 27. Compartía esta cercanía con el mundo poético Concha Méndez, una escritora muy vital y apasionada, valiosa, que fue novia durante varios años de Buñuel, se casó con Manolo Altolaguirre, fue muy amiga de Lorca y Alberti… Aunque escribió varios libros de versos y teatro Concha estaba ilusionada, sobre todo, con el cine; a pesar de sus esfuerzos, nunca pudo llegar a ver hecho realidad su sueño de ser guionista. También empezó a escribir a finales de los años 20 Carmen Conde. Esta poeta era un poco más joven que Ernestina y Concha, y además, viviendo en Cartagena, no le era fácil desplazarse a Madrid. Por eso,  Carmen nunca llegó a estar vinculada al mundo del 27. Sí obtuvo el prestigio que merecían sus versos más adelante, después de la guerra, y por eso su obra se estudia en un contexto diferente. Aunque hay algún nombre más, estas son, a mi entender, las poetas que habrá que citar cuando se vuelva a contar la historia de la literatura en los años 20 y 30.
En cuanto al canon, la primera antología que consagró a los miembros de la Generación del 27 fue la Poesía española contemporánea, de Gerardo Diego, y en su segunda y definitiva edición sí aparecen Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre, poeta que contaba entonces con apenas dos libros y tras la guerra no volvió a escribir poesía. Si casi inmediatamente después de la publicación de esta obra el nombre de Ernestina se silenció, fue sobre todo porque decidió casarse con el secretario personal de Azaña y marcharse con él al exilio.
Ernestina de Champourcin y el feminismo
Una de las características que definió a Ernestina de Champourcin como persona fue su constante preocupación por que se reconociera el valor de la mujer en el mundo cultural e intelectual. Su trabajo a favor del feminismo así entendido fue constante desde que era muy joven y se mantuvo hasta que sus fuerzas le permitieron luchar por este ideal. Ya son significativos su propio interés por escribir poesía de la misma categoría que la de los hombres, su afán por colaborar en periódicos buscando explícitamente que no fuera en páginas dedicadas en exclusiva a mujeres —que es lo que le ofrecían—, o su audacia a la hora de reseñar los trabajos de los poetas. A otro nivel, también la visión de la mujer que refleja en sus poemas resultaba muy llamativa. Por ejemplo, en una reseña a Cántico inútil  (1936), Guillermo de Torre destacaba que el amor tematizado esta obra, por tener un carácter activo, no parecía propio de la mujer.
Tampoco fue ajena Ernestina a lo que se suele entender habitualmente como un feminismo activo. Desde que 1926 comenzó a colaborar en el Lyceum Club que impulsó María de Maeztu, la primera asociación femenina española cuyo fin era, según sus estatutos, “defender los intereses morales y materiales de la mujer, admitiendo, encauzando y desarrollando todas aquellas iniciativas y actividades de índole exclusivamente económica, benéfica, artística, científica y literaria que redunden en su beneficio”. También en cuanto llegó a México quiso promover las actividades culturales y formativas entre las mujeres indígenas que vivían en el Distrito Federal, y animó a algunas mujeres intelectuales de allí a poner en marcha sus propias asociaciones y revistas literarias. Otra faceta de su actividad a favor del feminismo fue el apoyo que prestó, desde finales de los años 20 hasta el final de su vida, a las mujeres que buscaban su consejo para dedicarse a la poesía, y a las que invitaba  no sólo a escribir, sino también a darse a conocer, involucrarse en la vida cultural, etc.
En algunas ocasiones se ha interpretado que el giro religioso que dio su obra tras el exilio, y la atención casi exclusiva que le dedicó a su marido en los últimos años de su vida, supusieron un retroceso con respecto a los ideales por los que había luchado hasta entonces. Se entiende en estos casos como una vuelta a los lugares específicos en los que la tradición había relegado a la mujer. Sin embargo Ernestina nunca lo hubiera interpretado así. La misma fuerza que puso desde muy joven en demostrar el protagonismo de la mujer en la relación amorosa le llevó a cuidar a su marido cuando lo necesitaba, en unos años en los que la angustia por la situación política española y la pena de no poder volver a su patria sumieron a Juan José en una profunda desesperanza. Algo parecido sucede con la poesía religiosa, en la que Ernestina plantea su redescubrimiento de Dios como algo liberador, que llena de sentido y de plenitud su vida cotidiana y que le devuelve la voz tras unos años de silencio poético.
La poesía religiosa en la obra de Ernestina de Champourcin. La mística
La admiración de Ernestina por la poesía mística española puede rastrearse desde sus primeros versos y declaraciones poéticas. Las escuelas literarias en las que se formó —especialmente el simbolismo y la poesía pura— están estrechamente ligadas a esta tradición. Sin embargo, hay una gran diferencia entre la presencia o la influencia de la poesía mística en la obra de Ernestina anterior a la guerra y la recuperación de este género que la poeta se propone en sus obras del exilio. En su primera etapa, las lecturas de san Juan de la Cruz o de los salmos  que hace Ernestina son de orden exclusivamente estético, muy cercanas a las que pueden percibirse en las obras de Juan Ramón Jiménez o Gabriel Miró. Sin embargo, tras el redescubrimiento que Ernestina de Champourcin hizo de Dios en su etapa mexicana, la poesía mística, y especialmente la del siglo de oro español, cobra para ella un significado totalmente nuevo. La mística ya no es sólo una fuente de imágenes y símbolos, sino que se convierte en el vehículo para expresar una vivencia interior. Se trata ahora propiamente de poesía religiosa, que parece pedir también un cauce formal distinto. Ernestina vuelve en Presencia a oscuras (1952) a los sonetos, las décimas, los romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca.  Es interesante ver el proceso a través del cual la escritora va poco a poco haciéndose con un género y un tono muy distintos de los que había cultivado en su poesía anterior a la guerra. Sin embargo, cuando ya domina este nuevo modo de escribir, hace un curioso experimento en Hai-Kais espirituales, poemario en el que utiliza la forma del haiku, tan apreciada por los modernistas, y recupera  algunas de las técnicas y las imágenes propiamente vanguardistas.  Pienso que esta fusión se debe a que en este poemario Ernestina quiere reflejar de manera especial el espíritu del Opus Dei, institución de la que formaba parte desde 1952, ya que en los Hai-Kais espirituales el tema fundamental es la relación con Dios como presencia y diálogo constante en cada detalle de la vida cotidiana.
El silencio sobre la obra de Champourcín hasta la actualidad
Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y sobrino de Ernestina de Champourcin. En un homenaje que se le hizo a la poeta en la Residencia de Estudiantes en 2005, año del centenario del nacimiento de Ernestina, este profesor explicaba así el silenciamiento que se produjo de la obra de esta autora:
"Se ha dicho que por ser mujer, y puede que sea así, aunque sospecho que no es la razón más importante. Más relevante me parece resaltar su intimismo, el peso creciente de una poesía religiosa, mística. Si hubiera hecho poesía social o de combate, comprometida, sería sin duda mucho más conocida".
Este carácter fronterizo la hizo estar mal colocada, fuera de las tribus políticas o intelectuales que continúan dividiendo el país de modo maniqueo.
Más importante aún me parece el hecho de que Ernestina era de izquierdas, con el currículo perfecto del exiliado republicano, pero al mismo tiempo era profundamente religiosa e incluso se incorporó al Opus Dei. Este carácter fronterizo la hizo estar mal colocada, fuera de las tribus políticas o intelectuales que continúan dividiendo el país de modo maniqueo. Ernestina ha padecido un poco la mala suerte de las “terceras vías”, de quienes no acababan de estar claramente ni en la derecha ni en la izquierda, un poco como Ortega, rechazado por unos por ateo y por los otros porque era elitista, acusado al tiempo de ser de derechas y de ser de izquierdas.
Pero, sinceramente, creo que la posición de Ernestina es el resultado, sobre todo, de ella misma, de su carácter, de su independencia de criterio total y rotunda, salvaje, casi asocial, pero también de su voluntad de no ser tipificada, categorizada, cosificada. Cuando Gerardo Diego le pidió para su Poesía Española Contemporánea un resumen de su poética, Ernestina se negó a definirse y contestó con aparente ligereza: “cuando todo el mundo define y se define causa un secreto placer mantenerse desdibujada entre los equívocos linderos de la vaguedad y la vagancia”. Cuánta razón.
La poesía a la vuelta del exilio
Es habitual que, al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27, se ponga el acento sobre todo en su obra anterior a la guerra. También suele comentarse, por la radicalidad del cambio, el giro que dio durante el exilio hacia la poesía religiosa. Sin embargo, pocas veces se habla de su última poesía, la que escribió al volver a España que, sin embargo, es donde está, a mi juicio, lo mejor de su obra. Se trata de una poesía del tiempo y la eternidad en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, con una mirada hacia el futuro; un futuro afrontado con la lucidez y la valentía de quien mira, de cerca y a los ojos, a la muerte.
La poesía de la última etapa de Ernestina también está relacionada de manera directa con sus circunstancias vitales. Al volver del exilio en México, un país al que se había adaptado perfectamente y en el que fue muy feliz, Ernestina llegó a un Madrid que no se parecía en nada a la pequeña ciudad que había abandonado de manera precipitada en 1936. El Madrid inquieto, cercano, en el que ella era una persona conocida y bien relacionada, se había convertido en una ciudad anónima, en la que apenas quedaba rastro de sus antiguos amigos y conocidos. La poeta tuvo entonces sentimientos de verdadero exilio, una experiencia que la ilusión y la juventud le habían ahorrado cuando por primera vez tuvo que abandonar su tierra. Se desencadenan los recuerdos y Ernestina recorre en Primer exilio (1977)  las etapas de su destierro.  Este peso de la memoria alterna en los poemarios que le siguen con la reflexión meditativa sobre el paso del tiempo, la conciencia sufriente de la vejez y la decadencia, la búsqueda de la verdad cada vez más imperiosa y la aspiración fuertemente esperanzada de plenitud. Al mismo tiempo, se trasluce en ellos el agradecimiento por los hechos acaecidos, la fascinación serena por la verdad encontrada y el gozo por la plenitud alcanzada durante su vida. Estas características se mantienen hasta su última obra, Presencia del pasado (1996), escrita con más de noventa años, y que sin embargo conjuga la fuerza propia de la primera juventud, como expresó algún crítico, con la serenidad alcanzada con el paso del tiempo.
Rosa Fernández Urtasun 

Reseña biográfica
Poeta española nacida en Vitoria, Alava, en 1905.
Su infancia transcurrió en Madrid donde además de cursar sus estudios se inició en la poesía y contrajo matrimonio
con Juan José Domenchina, poeta también y secretario durante la guerra del presidente Manuel Azaña.
Fue discípula de Juan Ramón Jiménez y estuvo unida por estilo y amistad a los poetas de la Generación del 27.
De su obra hacen parte: «En silencio» 1926, «Ahora» 1928, «La voz en el tiempo» 1931 y «Cántico inútil» 1936.
En 1939 partió a México donde publicó posteriormente, «Poemas del ser y del estar» 1972, «Huyeron todas las islas» 1988,
y tras algunas antologías, un libro al filo de sus 90 años, «Del vacío y sus dones» en 1993 y «Presencia del Pasado» en 1996.
Sólo a partir de 1989 se inició el reconocimiento de su obra, con galardones tan importantes como el premio Euskadi de Poesía
el Premio Mujer Progresista y la nominación al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992, y la Medalla al Mérito Artístico
del Ayuntamiento de Madrid
en 1997.
Murió en Madrid en marzo de 1999.      ©




 
Huida  



Ambición
¡Quisiera ser viento!
Ráfaga tendida
que arrastra en su beso
el polvo y la nube,
la rosa, el lucero...
-No brisa apacible
que finge despechos
y siembra caricias-.
Yo quiero ser fuego,
volcán de aire rojo
que incendie el secreto
de todas las ramas
y todos los pechos;
aquilón desnudo,
huracán de acero,
fragua donde forjan
su actitud los cuerpos.
¡Cuando voy a ti,
quisiera ser viento
para arrebatarte
más allá del cielo!



Amor
Puliré mi belleza con los garfios del viento.
Seré tuya sin forma, hecha polvo de aire,
diluida en un cielo de planos invisibles.
Para ti quiero, amado, la posesión sin cuerpo,
el delirio gozoso de sentir que tu abrazo
solo ciñe rosales de pura eternidad.
Nunca podrás tenerme sin abrir tu deseo
sobre la desnudez que sella lo inefable,
ni encontrarás mis labios
mientras algo concreto enraíce tu amor...
¡Que tus manos inútiles acaricien estrellas!
No entorpezcan besándome la fuga de mi cuerpo.
¡Seré tuya en la piel hecha fuego de sol.


Amor de cada instante...

Amor de cada instante...
duro amor sin delicias: cadena cruz, cilicio,
gloria ausente, esperada,
gozo y tortura a un tiempo;
realidad de los siglos, gracias por ser y estar
en el nunca y el siempre.

Pues , mi ejercicio, ahora, es amarte en la ausencia,
y aferrarme a esta nada porque también es tuya
y beber ese polvo de soledad y vacío
que es Tu don del momento y Tu clara promesa.

Y por eso me obstino contra lo más cercano,
huyendo de lo fácil -metal a flor de agua-,
por Ti también me acojo a lo que nadie sabe.

Y así voy caminando por este desconcierto
oscuro y luminoso, por este amor amargo,
veteado de gloria...



Carta al vacío
Es escribir a alguien
o lanzarse al silencio,
a nadar en lo oscuro,
a encender una llama
aunque ahoguen las dudas.
¿Carta a lo que no existe?
Hay buzones alados
que se disparan solos
y un correo sin pistas
ni trayecto seguro.

Eludir el camino
que todos conocemos.
Seguir hacia adelante
ruta de los que intentan
lo que nunca pensaron
y se sienten felices
porque hay algo distinto,
porque se desvanece
de pronto lo que sobra
y no existe el vacío
si queremos colmarlo.



Entrega
Iré a tus manos, limpia, indemne, sin memoria,
renacida de ti y ajena a lo tuyo,
iré a tus manos casta,
desnuda de tus besos.
Sentirás al ceñirme que una rosa de nieve
insinúa en tus palmas su gélida caricia.
Seré para tu cuerpo el lino apaciguante
que sana y que perdona.
¡Deja que vaya en ti más allá de lo mío,
que abandone mi ser por la gloria del tuyo!
¡Aunque me huyas siempre,
iré a tus manos, muerta!


Estás
Y estás: en el vacío
y en la ausencia presente,
en la que es y vive
sin dejar de ser única
oquedad invisible
con raíces eternas.
No hay mundo que la llene
pero sí algo vivo
que la besa y la calma.


Gota a gota
Hay algo -gota a gota-
que nos llena el vacío
¡Hondones del deseo!
¡Qué colmo de esperanzas!
El oleaje arrastra
caudales sin objeto
y hay muchos anaqueles
que ningún libro ocupa.
¿A dónde vamos, dime?
Aún nos quedan paisajes
con frondas ignoradas
y orquídeas que navegan
en busca de su nombre.
Quisiéramos al fin la belleza absoluta
que rebosa verdad porque la luz es nueva.
Se borran las fechas
del momento incendiado,
pero nos grabarán
como inicial las sienes.
Es el fin o el principio
de las augustas ruinas circulares.
¿Se pierde o se gana?
Hay manos que triunfan
al quedarse vacías
y otras como puños
que no conservan nada.



Huida
Inercia de la muerte. ¡Qué distancia
me aleja ya, segura, de lo humano!
Aquella rosa que murió en mi mano
será pronto recuerdo de fragancia.
Silencio de silencios. En mi estancia
diluye su perfil lo cotidiano
y retorna sin hieles a su arcano
esa amargura que la vida escancia.
Nada será de todo lo que ha sido.
Voy a ofrecer al sello del olvido
mis párpados febriles y mis labios
que inmoviliza el rictus de lo eterno.
¡Quiero escapar indemne del infierno
que arde en la trama de tus besos sabios!


La voz del viento
Búscame en ti. La flecha de mi vida 
ha clavado sus rumbos en tu pecho 
y esquivo entre tus brazos el acecho 
de las cien rutas que mi paso olvida. 

Despójame del ansia desmedida 
que abrasaba mi espíritu en barbecho. 
El roce de tus manos ha deshecho 
la audacia de mi frente envanecida. 

Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte 
del silencio total. Ávida muerte 
donde renacen, tuyos, mis sentidos. 

Ahoga entre tus labios mi tristeza, 
y esta inquietud punzante que ya empieza 
a taladrar mi sien con sus latidos. 



Laxitud

La tarde gris y triste me agobia,
tengo sueño;
estiro lentamente
mis dos brazos abiertos
que se prenden al aire;
quieren cazar el tiempo,
aprisionarlo pronto,
robarle su secreto,
deshacer bruscamente sus límites estrechos.
Quiero llorar: no sé;
quiero reír: no puedo.
Los deseos
se estrellan contra la inexorable inercia
del silencio;
sobre mi corazón rueda grávido al peso
de la existencia toda.
Al fin me desperezo.
Logro romper el cerco
del malsano sopor,
pero apenas lo venzo
ya me torna a invadir
quedamente su tedio.
Luego...
Ya no sé más;
suspiro,
me paseo,
exprimo el tormentoso
lagar de mi cerebro,
destilo el elixir de su inquietud
en mi pecho...
Sujeto en mi memoria
repite el pensamiento;
la tarde gris y triste me agobia,
¡tengo sueño!...


Los árboles contigo...
¡Los árboles contigo!
Masas de hojas verdes traspasadas de luz
y mi nombre allá lejos,
murmurando allá lejos
a la orilla del mar por voces que no saben
qué página de un libro
me estalla entre los labios.


No fue para mí...
No fue para mí...
Ya lo suponía.
Pero sé engañarme
tan bien con mentiras
y jugar al juego
de la falsa dicha,
que a veces me olvido
-ya ves si soy niña-
que estaba jugando
a que me querías.
 

No quiero saber nada...
No quiero saber nada...
Ni de esa luz incierta
que retrocede vaga
ni de esa nube limpia
con perfiles de cuento.
Tampoco del magnolio
que quizá aún perfume
con su nieve insistente...
No saber, no soñar,
pero inventarlo todo.


Primavera
¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Brotaron de tus palmas en éxtasis gozoso
los trinos y las brisas. Y tu ademán secreto
despertó en rubores la pubertad del mundo.
¡Todo vino por ti! Porque tus manos lentas
ciñeron brevemente mi carne estremecida,
porque al rozar mi cuerpo
despertaste una flor que trae la primavera.



Seré tuya sin ti el día que los sueños...
Seré tuya sin ti el día que los sueños
alejen de mi senda tu mente creadora,
el día que tu sed
no pueda limitarse al hueco de mis manos.

¡Seré tuya aún sin ti! Dejaré de merecerte
en la cuna encendida que tejieron mis besos.
Se borrará en tus labios la forma de los míos,
y el cielo de tu vida
tendrá un color distinto al de mi corazón.

Pero sabré ser tuya sin nublar tu camino
con la huella indecisa de mi andar solitario.
Me ceñiré a tu sombra, y anudada por ella,
te iré dando en silencio lo más puro de mí.

¡Con qué amarga dulzura repetiré, ya sola,
esos gestos antiguos que pulió tu mirada!
Me seguirás teniendo igual que me quisiste
y acunaré en secreto tu amor eternizado.



Si derribas el muro...

¡Si derribas el muro
qué gozo en todas partes!
¡Qué lazo de palabras
se sentirá en la tierra!
Y todo será nuevo,
como recién nacido...
Si derribas el muro
de todas las mentiras
¡Qué júbilo de amor
abierto sobre el mundo!
¡Qué horizonte sin nubes
en la curva del cielo!

De "Primer exilio"


Soledad

Todos van, todos saben...
sólo yo no sé nada.

Sólo yo me he quedado
abstraída y lejana,

soñando realidades,
recogiendo distancias.

Cada pájaro sabe
qué sombra da su rama,

cada huella conoce
el pie que la señala.

No hay sendero sin pasos
ni jazmines sin tapia...

¡Sólo yo me he quedado
en la brisa enredada!

Sólo yo me he perdido
en un vuelo sin alas

por poblar soledades
que en el cielo lloraban.

Sólo yo no alcancé
lo que todos alcanzan

por mecer un lucero
a quien nadie besaba.




Soledades

Todas las soledades -grises víboras- muerden
la duda que taladra mis sienes abatidas.
Nadie finge camino en torno de mis plantas
que repliegan, medrosas, su impulso derrotado.

¡Soledad de mi frente1 Un residuo de sueños
la empolva de ceniza.
-¡Qué siniestra bandada de ideas en delirio
entrega al huracán su pálido plumaje!-.

¡Soledad de mis labios! Escondida zozobra
de los besos en flor que no abrasa el estío,
nostalgia de capullo condenado a vivir
su eterna adolescencia.

¡Soledad de mis manos! Inefable tortura
del gesto que se duerme en trance de caricia.
¿Para qué la ansiedad que entreabre mis palmas
si adhieren a su curva inútiles vacíos?

Soledades que cercan con límites de hierro
la expansión luminosa y frágil de mi vida...
¡Rompe tú las amarras que me retienen, muda,
en el hueco sombrío de mi rincón doliente!




Sólo allí

Tú no sabes qué lejos.
¡Nadie sabe qué lejos!
Encima de las nubes, detrás de las estrellas,
al fondo del abismo en que se arroja el día,
sobre el monte invisible donde duerme la luz.

Sólo allí podrá ser. Sólo allí tocaremos
la verdad que tortura nuestras frentes selladas.
Sólo allí se abrirán como flores de aurora
aquellas lentas noches de amor en desvarío.

Nuestras manos lo piden tendidas al espacio
en un sordo anhelar que no engendra clamores,
nuestras plantas lo exigen tercamente aferradas
a las huellas que el viento indómito destroza.

El horizonte huye robando a cada hora
la secreta delicia que presagia el milagro.
Hay briznas de prodigio en todos los instantes
y el mundo, ciego, arde con vibración de altar.

Arrodilla tu fuerza. No hay glorias presentidas.
Palpita en certidumbre la carne de los sueños.
Si acunas la belleza que tu fervor concibe
florecerá en tu muerte su exacta encarnación.

 


Te esperaré apoyada en la curva del cielo...
Te esperaré apoyada en la curva del cielo
y todas las estrellas abrirán para verte
sus ojos conmovidos.

Te esperaré desnuda.
Seis túnicas de luz resbalando ante ti
deshojarán el ámbar moreno de mis hombros.

Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados
un látigo de niebla.
Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas
mi sien alucinada
y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto
a todo lo inasible.

Te esperaré encendida.
Mi antorcha despejando la noche de tus labios
libertará por fin tu esencia creadora.
¡Ven a fundirte en mí!
El agua de mis besos, ungiéndote, dirá
tu verdadero nombre.



Tiempo de mar

EL mar me pertenece
lo hago pasar entero
entre mis manos ávidas.
Lo acaricio le doy
la única mirada
sencilla que me queda
la que aún no han manchado
ni el miedo ni la muerte.

Mar limpio entre mis dedos
goteando esperanzas
porque sostiene aún
un velamen con brisa.

Mar de todos los mares
hoy contemplo en su espuma
otros mares antiguos:
aquel de mi primer
contacto con las playas
y el de aquellas lecturas
codiciosas e incómodas
bajo algún tamarindo.
y aquel otro del trópico
sin huellas de turistas
con esa pulpa tierna
que ofrece el cocotero.
Quiero olvidar aquí
lo que sucedió anoche.
el mar no tiene culpa.
Es dócil, mío, puro,
es un lebrel que lame
mis plantas mansamente.
De "Primer exilio"


Voy a a arraigar en ti...
Voy a a arraigar en ti. Mis fuerzas más oscuras 
remueven lentamente la tierra de tu alma. 
Quisiera penetrarte y enraizar mi esencia 
sobre la carne viva que nutre tu fervor. 

Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre 
el fuego de la mía rebelde y soñadora. 
Invadido por mí, derribarás la cumbre 
que te aleja del cielo. 

¿No sientes mis raíces? Tu tallo florecido, 
ebrio de sí, eterniza mi cálida fragancia. 
¡Irguiéndolo alzarás la copa de mi frente, 
hasta volcar su zumo en los labios del sol! 



Y estás: en el vacío...

Y estás: en el vacío
y en la ausencia presente,
en la que es y vive
sin dejar de ser única
oquedad invisible
con raíces eternas.
No hay mundo que la llene
pero sí algo vivo
que la besa y la calma.


Y se va marchitando la caja de las rosas...
Y se va marchitando la caja de las rosas;
no tiene quien las saque y las lleve al camino.
Un airón de perfume se nos quiebra en las manos
mientras algo se muere y nace al mismo tiempo.
Se nos frustró la cita con aquella fragancia
de tan pura, invisible, ese ramo de brisa
que apenas huele a nada
y que agavilla en sí todo el amor del mundo.

Hay cosas que no son, pero que siguen siendo
gozo, nostalgia, fronda que nunca hemos plantado,
hermosura secreta que sólo fue latido.



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