Ernestina de Champourcin
Rosa
Fernández Urtasun es profesora de literatura de los siglos XIX y XX en la
Universidad de Navarra, y una de las máximas estudiosas de la obra de Ernestina
de Champourcin. Coincidiendo con los últimos días de la exposición que ha
comisariado sobre su vida y su obra poética en el Centro cultural Conde Duque,
hemos querido pedirle el retrato de la poeta, una de las dos mujeres
seleccionadas en la segunda edición de Poesía española contemporánea, la
antología de Gerardo Diego que agrupó a los poetas de la denominada
posteriormente Generación del 27. En este documento se explican, a modo de
preguntas y respuestas, los aspectos más sobresalientes de la poesía de
Ernestina de Champourcin.
Ernestina de
Champourcín y Juan Ramón
Aunque
Ernestina de Champourcin consiguió muy pronto una voz propia de gran fuerza, su
poesía no se puede entender sin la profunda admiración que siempre profesó por
la obra de Juan Ramón Jiménez, a quien nunca dejó de considerar su maestro.
Juan Ramón abrió el camino de la poesía pura a la poesía en lengua española con
unos versos, como los definía Ernestina, “sin tiempo ni espacio; en Dios”. La
joven que en 1926 publicó En silencio… le envió a Juan Ramón un
ejemplar con la esperanza de que “el Poeta”, como lo llamaba con frecuencia,
juzgara sus escritos. No recibió contestación, pero unos meses más tarde, en La
Granja, coincidió con Juan Ramón y su mujer. Al hacer las presentaciones de
rigor, Juan Ramón le dijo que había leído y apreciado su poemario, y le invitó
a visitarle cuando quisiera en su casa de Madrid. A partir de ese momento se
convirtió en su mentor, y al igual que les sucedió a sus compañeros de
generación, Ernestina tuvo el privilegio de que Juan Ramón le orientara en
su escritura y en sus lecturas. De ahí nació una amistad que conservó a lo
largo de su vida: también en el exilio Ernestina pudo coincidir en distintas
ocasiones con él gracias a los diversos viajes que tuvo que hacer a Estados Unidos
con motivo de su trabajo como traductora de congresos. Como homenaje a su
persona quiso escribir, hacia el final de su vida, un libro de memorias
titulado La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), en el que
comenta diversos recuerdos y reflexiones tanto de la vida personal como de la
escritura del gran poeta de Moguer.
La
Generación del 27 y la mujer. El canon
Puede
considerarse que Ernestina de Champourcin fue la única mujer que realmente
estuvo, durante estos años, en una situación de igualdad con el resto de los
poetas hoy llamados del 27.
La historia
de la literatura se está rehaciendo continuamente; la historia de la Generación
del 27 se está reescribiendo no sólo porque conocemos cada día más y mejor los
pormenores de la vida literaria de los años 20 y 30, sino también porque vamos
teniendo la distancia necesaria para juzgar los criterios con los cuales se
escribió la historia de la literatura del siglo pasado. En los años 20 la
escritura femenina, en general, se consideraba un simple juego, un elemento de
decoración más en la vida de algunas mujeres. Así lo refleja la crítica,
que juzgaba estas obras con criterios diferentes que la de los hombres. No era
fácil que un poeta de cierto prestigio leyera versos escritos por mujeres, y resulta
sorprendente la apertura que en este sentido siempre tuvo Juan Ramón. Gracias a
su apoyo, Ernestina pudo integrarse en parte de la vida cultural que
compartían sus compañeros de generación: asistía a sus conferencias y
recitales, leía sus revistas y frecuentaba su trato en la medida en que esto le
estaba permitido a una mujer entonces (por ejemplo, no podía participar en sus
tertulias, ni acudir a los cafés donde se reunían). Pronto empezó también a
ejercer una labor crítica en publicaciones literarias y periódicos con la que
llegó a adquirir un gran prestigio. Si tenemos en cuenta lo olvidada que ha
sido Ernestina en los últimos años, resulta muy sorprendente ver cómo Alberti,
Aleixandre o Guillén le mandaban sus poemarios, dedicados, para que los reseñara.
Por todo esto, y por la calidad y continuidad de su obra, puede considerarse
que Ernestina de Champourcin fue la única mujer que realmente estuvo, durante
estos años, en una situación de igualdad con el resto de los poetas hoy
llamados de 27. Compartía esta cercanía con el mundo poético Concha Méndez, una
escritora muy vital y apasionada, valiosa, que fue novia durante varios años de
Buñuel, se casó con Manolo Altolaguirre, fue muy amiga de Lorca y Alberti…
Aunque escribió varios libros de versos y teatro Concha estaba ilusionada,
sobre todo, con el cine; a pesar de sus esfuerzos, nunca pudo llegar a ver
hecho realidad su sueño de ser guionista. También empezó a escribir a finales
de los años 20 Carmen Conde. Esta poeta era un poco más joven que Ernestina y
Concha, y además, viviendo en Cartagena, no le era fácil desplazarse a Madrid.
Por eso, Carmen nunca llegó a estar vinculada al mundo del 27. Sí obtuvo
el prestigio que merecían sus versos más adelante, después de la guerra, y por
eso su obra se estudia en un contexto diferente. Aunque hay algún nombre más,
estas son, a mi entender, las poetas que habrá que citar cuando se vuelva a
contar la historia de la literatura en los años 20 y 30.
En cuanto al
canon, la primera antología que consagró a los miembros de la Generación del 27
fue la Poesía española contemporánea, de Gerardo Diego, y en su segunda
y definitiva edición sí aparecen Ernestina de Champourcin y Josefina de la
Torre, poeta que contaba entonces con apenas dos libros y tras la guerra no
volvió a escribir poesía. Si casi inmediatamente después de la publicación de
esta obra el nombre de Ernestina se silenció, fue sobre todo porque decidió
casarse con el secretario personal de Azaña y marcharse con él al exilio.
Ernestina de
Champourcin y el feminismo
Una de las
características que definió a Ernestina de Champourcin como persona fue su
constante preocupación por que se reconociera el valor de la mujer en el mundo
cultural e intelectual. Su trabajo a favor del feminismo así entendido fue
constante desde que era muy joven y se mantuvo hasta que sus fuerzas le
permitieron luchar por este ideal. Ya son significativos su propio interés por
escribir poesía de la misma categoría que la de los hombres, su afán por
colaborar en periódicos buscando explícitamente que no fuera en páginas
dedicadas en exclusiva a mujeres —que es lo que le ofrecían—, o su audacia a la
hora de reseñar los trabajos de los poetas. A otro nivel, también la visión de la
mujer que refleja en sus poemas resultaba muy llamativa. Por ejemplo, en una
reseña a Cántico inútil (1936), Guillermo de Torre destacaba que
el amor tematizado esta obra, por tener un carácter activo, no parecía propio
de la mujer.
Tampoco fue
ajena Ernestina a lo que se suele entender habitualmente como un feminismo
activo. Desde que 1926 comenzó a colaborar en el Lyceum Club que impulsó María
de Maeztu, la primera asociación femenina española cuyo fin era, según sus
estatutos, “defender los intereses morales y materiales de la mujer,
admitiendo, encauzando y desarrollando todas aquellas iniciativas y actividades
de índole exclusivamente económica, benéfica, artística, científica y literaria
que redunden en su beneficio”. También en cuanto llegó a México quiso promover
las actividades culturales y formativas entre las mujeres indígenas que vivían
en el Distrito Federal, y animó a algunas mujeres intelectuales de allí a poner
en marcha sus propias asociaciones y revistas literarias. Otra faceta de su actividad
a favor del feminismo fue el apoyo que prestó, desde finales de los años 20
hasta el final de su vida, a las mujeres que buscaban su consejo para dedicarse
a la poesía, y a las que invitaba no sólo a escribir, sino también a
darse a conocer, involucrarse en la vida cultural, etc.
En algunas
ocasiones se ha interpretado que el giro religioso que dio su obra tras el
exilio, y la atención casi exclusiva que le dedicó a su marido en los últimos
años de su vida, supusieron un retroceso con respecto a los ideales por los que
había luchado hasta entonces. Se entiende en estos casos como una vuelta a los
lugares específicos en los que la tradición había relegado a la mujer. Sin
embargo Ernestina nunca lo hubiera interpretado así. La misma fuerza que puso desde
muy joven en demostrar el protagonismo de la mujer en la relación amorosa le
llevó a cuidar a su marido cuando lo necesitaba, en unos años en los que la
angustia por la situación política española y la pena de no poder volver a su
patria sumieron a Juan José en una profunda desesperanza. Algo parecido sucede
con la poesía religiosa, en la que Ernestina plantea su redescubrimiento de
Dios como algo liberador, que llena de sentido y de plenitud su vida cotidiana
y que le devuelve la voz tras unos años de silencio poético.
La poesía
religiosa en la obra de Ernestina de Champourcin. La mística
La
admiración de Ernestina por la poesía mística española puede rastrearse desde
sus primeros versos y declaraciones poéticas. Las escuelas literarias en las
que se formó —especialmente el simbolismo y la poesía pura— están estrechamente
ligadas a esta tradición. Sin embargo, hay una gran diferencia entre la
presencia o la influencia de la poesía mística en la obra de Ernestina anterior
a la guerra y la recuperación de este género que la poeta se propone en sus
obras del exilio. En su primera etapa, las lecturas de san Juan de la Cruz o de
los salmos que hace Ernestina son de orden exclusivamente estético, muy
cercanas a las que pueden percibirse en las obras de Juan Ramón Jiménez o
Gabriel Miró. Sin embargo, tras el redescubrimiento que Ernestina de
Champourcin hizo de Dios en su etapa mexicana, la poesía mística, y
especialmente la del siglo de oro español, cobra para ella un significado
totalmente nuevo. La mística ya no es sólo una fuente de imágenes y símbolos,
sino que se convierte en el vehículo para expresar una vivencia interior. Se
trata ahora propiamente de poesía religiosa, que parece pedir también un cauce
formal distinto. Ernestina vuelve en Presencia a oscuras (1952) a los
sonetos, las décimas, los romances y otras estrofas tradicionales de la poesía
barroca. Es interesante ver el proceso a través del cual la escritora va
poco a poco haciéndose con un género y un tono muy distintos de los que había
cultivado en su poesía anterior a la guerra. Sin embargo, cuando ya domina este
nuevo modo de escribir, hace un curioso experimento en Hai-Kais espirituales,
poemario en el que utiliza la forma del haiku, tan apreciada por los
modernistas, y recupera algunas de las técnicas y las imágenes
propiamente vanguardistas. Pienso que esta fusión se debe a que en este
poemario Ernestina quiere reflejar de manera especial el espíritu del Opus Dei,
institución de la que formaba parte desde 1952, ya que en los Hai-Kais espirituales
el tema fundamental es la relación con Dios como presencia y diálogo constante
en cada detalle de la vida cotidiana.
El silencio
sobre la obra de Champourcín hasta la actualidad
Emilio Lamo
de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y
sobrino de Ernestina de Champourcin. En un homenaje que se le hizo a la
poeta en la Residencia de Estudiantes en 2005, año del centenario del
nacimiento de Ernestina, este profesor explicaba así el silenciamiento que se
produjo de la obra de esta autora:
"Se ha
dicho que por ser mujer, y puede que sea así, aunque sospecho que no es la
razón más importante. Más relevante me parece resaltar su intimismo, el peso
creciente de una poesía religiosa, mística. Si hubiera hecho poesía social o de
combate, comprometida, sería sin duda mucho más conocida".
Este
carácter fronterizo la hizo estar mal colocada, fuera de las tribus políticas o
intelectuales que continúan dividiendo el país de modo maniqueo.
Más
importante aún me parece el hecho de que Ernestina era de izquierdas, con el
currículo perfecto del exiliado republicano, pero al mismo tiempo era
profundamente religiosa e incluso se incorporó al Opus Dei. Este carácter
fronterizo la hizo estar mal colocada, fuera de las tribus políticas o intelectuales
que continúan dividiendo el país de modo maniqueo. Ernestina ha padecido un
poco la mala suerte de las “terceras vías”, de quienes no acababan de estar
claramente ni en la derecha ni en la izquierda, un poco como Ortega, rechazado
por unos por ateo y por los otros porque era elitista, acusado al tiempo de ser
de derechas y de ser de izquierdas.
Pero,
sinceramente, creo que la posición de Ernestina es el resultado, sobre todo, de
ella misma, de su carácter, de su independencia de criterio total y rotunda,
salvaje, casi asocial, pero también de su voluntad de no ser tipificada,
categorizada, cosificada. Cuando Gerardo Diego le pidió para su Poesía
Española Contemporánea un resumen de su poética, Ernestina se negó a
definirse y contestó con aparente ligereza: “cuando todo el mundo define y se
define causa un secreto placer mantenerse desdibujada entre los equívocos
linderos de la vaguedad y la vagancia”. Cuánta razón.
La poesía a
la vuelta del exilio
Es habitual
que, al hablar de Ernestina de Champourcin como poeta de la Generación del 27,
se ponga el acento sobre todo en su obra anterior a la guerra. También suele
comentarse, por la radicalidad del cambio, el giro que dio durante el exilio
hacia la poesía religiosa. Sin embargo, pocas veces se habla de su última
poesía, la que escribió al volver a España que, sin embargo, es donde está, a
mi juicio, lo mejor de su obra. Se trata de una poesía del tiempo y la
eternidad en la que se conjuga la contemplación retrospectiva, la memoria, con
una mirada hacia el futuro; un futuro afrontado con la lucidez y la valentía de
quien mira, de cerca y a los ojos, a la muerte.
La poesía de
la última etapa de Ernestina también está relacionada de manera directa con sus
circunstancias vitales. Al volver del exilio en México, un país al que se había
adaptado perfectamente y en el que fue muy feliz, Ernestina llegó a un Madrid
que no se parecía en nada a la pequeña ciudad que había abandonado de manera
precipitada en 1936. El Madrid inquieto, cercano, en el que ella era una persona
conocida y bien relacionada, se había convertido en una ciudad anónima, en la
que apenas quedaba rastro de sus antiguos amigos y conocidos. La poeta tuvo
entonces sentimientos de verdadero exilio, una experiencia que la ilusión y la
juventud le habían ahorrado cuando por primera vez tuvo que abandonar su
tierra. Se desencadenan los recuerdos y Ernestina recorre en Primer exilio
(1977) las etapas de su destierro. Este peso de la memoria alterna
en los poemarios que le siguen con la reflexión meditativa sobre el paso del
tiempo, la conciencia sufriente de la vejez y la decadencia, la búsqueda de la
verdad cada vez más imperiosa y la aspiración fuertemente esperanzada de
plenitud. Al mismo tiempo, se trasluce en ellos el agradecimiento por los
hechos acaecidos, la fascinación serena por la verdad encontrada y el gozo por
la plenitud alcanzada durante su vida. Estas características se mantienen hasta
su última obra, Presencia del pasado (1996), escrita con más de noventa
años, y que sin embargo conjuga la fuerza propia de la primera juventud, como
expresó algún crítico, con la serenidad alcanzada con el paso del tiempo.
Rosa Fernández Urtasun
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